Celia Sánchez Manduley
Considerada madre adoptiva de muchos cubanos, figura inseparable de Fidel, la
heroína Celia Sánchez, nacida el 9 de mayo de 1920, sigue hechizando con sus
historias
Por Osviel Castro Medel
Su primera gran travesura pudo haberla llevado a la muerte: a los cuatro años se
tragó, “jugando”, un bulbito de penicilina.
Suerte que su padre, médico de extraordinaria sapiencia, actuó con serenidad
ante el insólito acontecimiento y, suministrándole un fármaco, la hizo vomitar
el recipiente íntegro.
Así fue siempre aquella niña: atrevida, traviesa, dinámica, ocurrente.
Singulares resultaban sus bromas, como la de cerrar a menudo la llave de paso
para dejar enjabonado a quien se estuviera bañando, o esconderle los zapatos a
un familiar visitante y después no recordar el lugar donde los había ocultado.
Una vez, cuando en la década del 20, pasó por el poblado de Media Luna un
zepelín, que horrorizó a miles de personas
mayores, ella se olvidó del miedo consustancial a la niñez, abandonó los
juguetes en el patio de la casa y salió corriendo detrás de aquel “bicho” para
capturarlo. Después, al llegar a la casa, comenzó a mofarse de quienes se habían
asustado.
Pero esa pequeña hiperactiva y con una imaginación sin fronteras sorprendía, más
que todo, por su ternura y su vehemente manera de querer a los demás. Se dice,
por ejemplo, que a los seis años, después de la muerte de la madre, pasó unos 20
días con altas calenturas, sin que medicamento alguno la curara. Al parecer
padeció una fiebre emotiva y psicológica.
Tal mezcla de intranquilidad y pasión, de sensibilidad e intrepidez tenían que
convertirla, andando el tiempo, en una de las personalidades más seductoras de
la historia de Cuba.
PADRE DE ORO
En opinión del investigador Ricardo Vázquez Mestre, director del museo Casa
Natal de Celia Sánchez, en Media Luna, provincia oriental de Granma, no se ha
escrito lo suficiente sobre cuánto influyó Manuel Sánchez en la formación del
carácter de su hija y de toda la familia.
“Si Celia fue tan virtuosa -apunta- lo debió en gran medida
a su padre, hombre de vasta cultura, profundamente martiano y que se desarrolló
no sólo en la medicina sino también en la estomatología, la política, la
espeleología, la historia...
“Fue él quien señalizó el lugar exacto donde cayó el prócer Carlos Manuel de
Céspedes, guió la expedición que situó el primer busto de José Martí en el Pico
Turquino, en 1953. Se carteaba con el científico Núñez Jiménez, era conocido del
pintor Carlos Enríquez, seguidor de las ideas del líder ortodoxo Eduardo Chivás,
quien llegó a visitarlo el 20 de mayo de 1948, cuando ya se había mudado para el
poblado de Pilón.
Sin dudas todo eso penetró en la conciencia de Celia, que entre sus ocho hijos,
de ellos seis hembras, se convirtió en su brazo derecho, en sus ojos mismos. A
ella le dio toda la libertad del mundo, al punto de dejarla salir a montar
caballo, a hacer piruetas en una avioneta con un piloto amigo, a subir lomas, a
pescar con hombres duchos en los ajetreos del mar.
Por eso, como señala el historiador de Julio César Sánchez, pudo adelantarse a
su época, hacer lo que le estaba vedado a su sexo y, a la vez, imponer respeto.
HUMANA
A veces el mito de la guerrillera ha eclipsado un tanto a la mujer humana, de
carne y hueso. Y Celia fue mucho más que la temeraria heroína, capaz de
disfrazarse de embarazada o de arrastrase entre las espinas de un tupido
marabuzal para burlar una persecución feroz.
Adolfo Figueredo, quien junto a ella creó la primera célula del Movimiento 26 de
Julio en Pilón, recordó a los 94 años de edad que los Días de Reyes “Celia salía
a repartir juguetes por todo el pueblo, se pasaba un año ahorrando, haciendo
alcancías para cuando llegara el 6 de enero. Ese amor por los niños le viene
desde antes de subir a la Sierra”.
Otro aspecto maravilloso de su personalidad era el apego a la naturaleza.
“Adoraba el paisaje de Pilón, esa combinación de mar y lomas, donde vivió desde
1940 a 1956. Constituía su lugar predilecto para descansar”, apunta la
historiadora medialunense Maritza Acuña”.
Según Julio César Sánchez, Celia no usaba la Mariposa en el cabello por
causalidad, ni por gusto le dijo a su padre que le construyera una casita de
tablas en lo alto de un algarrobo. “Le fascinaban las orquídeas, los helechos,
lo natural.
“De mis entrevistas con más de 60 personas que la conocieron de cerca - cuenta
Sánchez- conservo en la memoria una anécdota especial:
“Ella tenía una monita que le había regalado un marinero de los que llegaban a
su casa; un día el animal se escapa y trepa a lo alto de una palma, buscan a un
liniero para que lo capture. El hombre comienza a usar sus pinchos, al verlo
Celia le reclama: Así me vas a acabar con la palma y él le responde: No hay otro
modo de hacerlo. Ella finalmente accede: Está bien, sube, pero trata que no le
duela mucho a la planta”.
Otra de las facetas impresionantes era su sentido de la estética. Maritza Acuña
acota que buscaba la belleza en las cosas más insólitas: “Ella decía, y lo
demostraba, que una falda hecha de saco de harina podía ser atractiva y que unas
alpargatas bien diseñadas no afeaban ninguna moda. De joven las amigas la
buscaban para maquillar y para evaluar determinadas maneras de vestir. Se
destacaba tremendamente en las artes manuales.
“Tuvo que ver con el diseño de los uniformes escolares, las guayaberas para
mujeres, los safaris, y con el decorado y concepción de sitios tan importantes
como la Comandancia General de la Plata, (en la Sierra Maestra) y el Parque
Lenin y el Palacio de Convenciones, en la capital del país”.
MUJER
Es ilógico pensar que no tenía lunares. “Claro que tendría alguno en el
carácter, pero las virtudes no se lo dejaron ver”, comenta Ricardo Vázquez.
“Si fumar mucho y tomar bastante café‚ es un defecto, Celia tuvo ese; empataba
un cigarro con el otro. Si comer muy poco y casi siempre de pie es pecado,
también podía señalársele eso, porque ella apenas pellizcaba la comida. Fíjate:
después de la Revolución, midiendo un metro y 63 centímetros, pesaba sólo 115
libras”.
También resulta inconcebible que no se enamorara: Sí tuvo novios y varios
pretendientes; y vivió fracasos en su juventud. Se habla, por ejemplo, de su
enorme tristeza después que rompió el noviazgo con un muchacho manzanillero.
“Lo que hay que entender y subrayar es que el gran amor de su existencia fue la
Revolución. Por ella, lo antepuso todo, se desveló, dio el alma y la vida”.
Según Emilio Puig Castillo, quien trabajó varios años en la casa del doctor
Sánchez en Pilón, todos esos detalles la hacen aún más peculiar: “En mis 85 años
nunca he visto nadie que se le parezca”, sentencia.
“Era una mujer de verdad; se daba a querer por todo el mundo. Organizaba su
trabajo secreto sin que nadie se diera cuenta, despistaba a cualquiera. Tú la
veías salir a pescar y andaba mirando por donde era mejor el desembarco.
Recuerdo que cuando vino para lo del Granma el Jefe nacional de Acción y
Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, Frank País, ella me dijo: Hoy hay visita,
ordeña temprano las vacas, dejas la leche en la mesa y después te vas. Yo ni
sospeché‚ de quién se trataba”.
Por su parte Gustavo Navea, pescador de 75 años, quien tuvo el privilegio de
andar varias veces en la mar con ella, considera que “tenía algo especial para
convertirse en madre de la gente. Estando en La Habana, me llamaba por teléfono,
se preocupaba por uno, por mi familia. Le gustaba recoger caracoles y tirar ella
misma del anzuelo... Desde que se nos fue siento un vacío grande dentro de mí”.
Otro rasgo que la hizo incomparable era su capacidad para estar pendiente del
detalle, de lo que parecía más mínimo; y los ejemplos están en los papelitos y
notas de la etapa guerrillera que supo conservar para después armar la historia,
o en las decenas de asuntos personales que resolvió luego del triunfo
revolucionario. Miles de personas de todos los puntos del país, cuando veían sin
salida sus problemas, decían: “Voy a escribirle a Celia.
LA MÁS AUTÓCTONA
Con lágrimas en los ojos, que trata de contener en vano, la historiadora Maritza
Acuña considera que la última gran prueba demostrativa de la excepcionalidad de
Celia fue su propio deceso, cuando le faltaban cuatro meses para cumplir 60
años:
“Sabía que padecía una enfermedad penosa; ya la habían operado de un pulmón y,
sin embargo, en vez de cuidarse, se consagró más al trabajo, a ayudar con todas
sus energías a Fidel. Y lo más llamativo: ni en esos momentos perdió la sonrisa
y su manera alegre de mirar la vida; eso puede comprobarse en la foto tomada el
30 de noviembre de 1979 en Santiago de Cuba, 42 días antes de morir”.
Por otro lado Julio César Sánchez cree que no siempre el epíteto de La Flor Más
Autóctona de la Revolución se ha interpretado bien: “Celia expresa lo autóctono
por su criollez, su cubanía; siendo diputada, del Consejo de Estado, del Comité‚
Central, nunca dejó de comportarse con su gracia y acento campesinos, de gente
del pueblo. Ni miró jamás por encima del hombro a alguien.
“Y expresa lo autóctono, también, porque era esa cubana bromista, jaranera, pero
a la vez responsable, exigente, comprometida, anónima y modesta”.